NATHALIE.
José
Garés Crespo
-I-
Supongo que algo tuvo que
ver la hora. El caso es que eran cerca de las once de la noche de un día
laborable y encontré aparcamiento con facilidad. Pero, ya se sabe, nada es
perfecto y pese a que llovía al salir de casa, se me olvidó el paraguas, de
manera que, aunque el club estaba a tan solo doscientos metros de donde
aparqué, la lluvia tuvo tiempo de mojarme suavemente.
Aquella noche me
encontraba solo. Mi esposa había tenido que viajar a la capital y no volvería
hasta el día siguiente. Hacía tiempo que las ausencias, de uno y también del
otro, funcionaban como un bálsamo para quien se quedaba en el hogar familiar.
Aburrido y cansado, tratando de perder tiempo para que me venciese el sueño,
salí a tomar una copa sin saber a dónde ir. Recordé que hacía tiempo que quería
visitar un bar-club donde solían tocar algunas bandas y que, según me habían
dicho, tenía un ambiente agradable, un tanto bohemio y con gente joven.
Aquel fue el escenario de
mi reencuentro con Julio, después de no verlo durante varios años. Inicialmente
fue un motivo de alegría que me hizo recordar momentos vividos y casi
olvidados. Podría considerarse que, sin haber sido lo que se dice amigos, tal
vez por la diferencia de edad, tuvimos una relación suficiente para conocerlo
bien, o eso creía. Puede que realmente lo conociese y se me olvidó con el
tiempo, quién sabe. Se diría que somos
tantos como situaciones vivimos, aunque alguna característica trascienda desde
los genes y permanezca más allá de las secuencias del día a día.
Lo encontré inmerso en
ese estado vaporoso, confuso y sentimental que provoca que nuestra mente de
vueltas y más vueltas, como una noria, ensanchándose aquéllas hasta casi
diluirse en la nada y de repente se estrechan y se revuelven sobre su origen
hasta casi agobiarte. Me confesó que cuando se encontraba así, procuraba
visitar aquel club, que si bien no tenía nada que ver con El Minton's Playhouse
de Harlem, era el único que había en la
ciudad con un ambiente apropiado para emborracharse sintiéndose acompañado,
aunque no siempre fuese por alguien conocido. Era, probablemente, el único
tugurio adecuado. Después de saludarnos con un abrazo, pedir un Jack Daniels y
saborearlo, Julio pareció ausentarse quedándose abstraído mientras sonaba un
solo de batería que duró cerca de dos minutos. Julio no volvió a la realidad
hasta que volvió con fuerza el contrabajo, en un intento por sugerir una
melodía propia que fue suavemente tomando cuerpo y expandiéndose, igual que si
de dos melodías se tratase, empastadas una en la otra y sueltas al mismo
tiempo. Pude observar cómo Julio y sus extremidades, sin apenas moverse, se
integraban definitivamente al centro melódico de la pieza con la incorporación
de la trompeta que, limpia y avasalladora, fue llenando todos los rincones del
salón, arrinconando y dejando en el lugar que les correspondía a la batería y
al contrabajo. Julio, que intentaba marcar el compás con el pie derecho,
paralelamente al ritmo que marcaba la batería, se deslizó, planeando sobre la
realidad, hasta dejar el vaso sobre la mesa despertando y regalándome una
sonrisa. Recordé que, en algunas ocasiones, tenía una extraña manera de mirar,
arrugando el entrecejo y observándote por debajo de las pestañas.
El club estaba medio
vacío. Tenía las paredes enmoquetadas con una tela azul oscuro que no supe por
qué, pero me recordaba los interiores de la habitación del chalet de mí prima.
Tuve la impresión de que Julio no volvía a la realidad en un sentido estricto,
que sería lo mismo que decir que mantenía en activo toda su historia; pensé que
lo más probable era que en aquellos momentos le fuese imposible soportar tanta
carga. Me refiero a la última realidad, minúscula como todos los últimos
episodios de la vida o la historia, según se quiera ver, aquella que, según
supe después, desde hacia unas semanas le ocupaba mentalmente, de día y de
noche, hasta inundar y casi hacer desaparecer el resto de su vida. Era
increíble, cómo en un momento, un tema que pudiera parecer baladí en otra
circunstancia de su vida, tomaba fuerza, se hinchaba y se expandía cubriendo el
resto de sus experiencias vitales, todo lentamente, como esas mareas que
hinchan el mar y van inundando la playa y sorprende los cuerpos tendidos sobre
la arena. Me confesó que sus recuerdos y aún los planes de futuro que tenia,
aparecían envueltos en medio de una nube que creciendo hasta tapar por completo
el sol, transformando un día que podía
ser radiante y alegre en indefinido y opaco. En rigor, nadie hubiera
podido prever un suceso de tales características, sobre todo teniendo en cuenta
la peculiar manera de ser de Julio. Y no tanto por cómo solía comportarse en su
vida cotidiana, que era de lo más normal, entendiendo por normal aquello que se
deja organizar de acuerdo con las normas que en un momento dado rigen donde
quiera que nos ha tocado vivir, sino porque en el fondo, esas normas, más aún
en su caso concreto, le venían ajustadas como un guante, eran imperceptibles,
sin tener apenas ni una sola contradicción que resolver. Tanto era así que
cabría pensar que Julio era un producto perfecto de las normas, que era un
perfecto prototipo, un paradigma exacto. O que era él quien generaba las
normas. Cualquiera podría pensar que para él existían como existe la ley de la
gravedad, o la evolución de las especies. De hecho, en más de una ocasión me
comentó que él era sus normas hasta el punto de que sin ellas apenas tendría
puntos de referencia para pensarse y componer su perfil. Me vino a la cabeza la frase de Baudrillard con la que señala que
sin contexto no hay significado; sin orientación, sin totalidad, sin marco de
referencia, de forma que la historia no
existe y nos movemos en un espacio sin horizonte.
-II-
A mí me parece – me dijo
Julio, muy serio, perdida la mirada y apurando el tercer whisky- que todos
somos un manojo de normas. Incluso tú, que, sin que nunca lo digas, presumes de
no sujetarte a las modas, de no perder nunca el autocontrol. Vamos a ver,
querido amigo, ¿qué es eso de que una persona no pierda el control, sino que
está fuertemente sujeto a lo que, según las normas, en cada caso toca hacer? Y
digo esto no únicamente en referencia a las normas que voy asimilando, o que me
van introduciendo mediante las mil y una manera que hay durante la vida de cada
cual, que no solo en los años de la infancia y aprendizaje. No es eso, amigo,
no. Va mucho más allá en el tiempo. Lo que digo es que también nos vamos
conformando en un ejercicio dialéctico de interacción mediante el que nosotros
mismos nos conformamos unas normas y que a la vez éstas nos van marcando hasta
el punto que llegamos a una situación que es, supongo, estoy seguro, la que me
encuentro, que no las notamos como normas impuestas, porque de hecho no lo son,
nadie nos las han impuesto, como se impone un horario, las hemos hecho nosotros
a la vez y conjuntamente a conforme nos íbamos haciendo como somos –y respiró
hondo antes de sorber de nuevo el whisky ante el peligro de ahogarse por falta
de aire .
En ese momento me di
cuenta que su mirada se había quedado sujeta a los andares de la camarera, pero
no parecía que fuera por su linda cara ni por las largas piernas que salían
triunfantes de la minifalda. Deduje, al mirar su vaso vacío, que se trataba de
que se le secaba la boca. Comprendí perfectamente y en un arranque de
solidaridad levanté la mano, moviéndola como suelen hacer los reyes saludando a
sus súbditos, con tan buena suerte que tropecé con la mirada de la muchacha que
con un movimiento de sus ojos me dio a entender que sabía lo que iba a pedirle
y lo que me callaba por inconveniente, preguntando no obstante:
-Sí... ¿qué desea?
-Otra ronda, por favor.
El servicio fue
instantáneo porque llevaba la botella de Jack Daniels sobre la bandeja. Tuve
mala suerte porque apenas pude hablar nada más con ella, aunque tengo la
impresión que quedó bastante claro para ambos lo que cada uno deseaba del otro,
pero Julio tomó de nuevo el hilo de su monólogo y continuó sin piedad.
Tanto es así – siguió
diciendo, mientras sorbía el whisky- que algunos nuevos filósofos hay que dan
la vuelta a aquello de “si no lo veo no lo creo”, para afirmar que “si no lo
creo no lo veo”. El colmo de
subjetivismo. ¿Dónde vamos a parar, eh? Eso lo note de forma transparente y
total cuando me enamoré de Nathalie, en realidad una adolescente diríamos, a
medio hacer, y a su lado en la intimidad más desnuda, me refiero, claro, no a
la sexualidad, por supuesto, aunque también, me refiero a cómo mediante el amor
nos hicimos, sobre todo ella, transparentes y cómo su cabecita para mí era
igual que un cristal puro, delicado, frágil. Creía en ella y podía ver con
nitidez y exactitud todo lo que pasaba por sus circuitos neuronales y cómo poco
a poco aparecía e iba configurándose la idea que hacía que cerrase los ojos y
moviese los labios dejándolos caer sobre mi pene, sobre mi boca. Es un decir
claro, por poner un ejemplo simple y aclararme. ¿Me entiendes no? Justamente en
esos momentos observaba cómo se iba configurando lo que decimos manera de ser,
personalidad, comportamiento, no sé.... Desde luego, nada que ver con lo que
algunos cursis llaman su identidad. Joder qué lio ¿eh? Por seguir con otro
ejemplo, el beso. Ahora hace tiempo que no sé de ella; bueno, tampoco tanto,
pero para mí es mucho, tres días. Me gustaría volverla a ver y aunque supongo
que habrá perdido el hábito de besarme cada vez que me veía, me gustaría poder
comprobar si, aunque haya cambiado el hombre al que besa, el beso es el mismo,
es decir si besa igual que se enseñó, según me dijo, durante aquellos meses que
fuimos amantes de forma habitual. Yo supongo que sí. Y lo digo porque en una
ocasión me comentó, con un poco de vergüenza, es cierto, lo que no entiendo por
qué, que se estaba enamorando de otro. Conociéndola, creo que en realidad lo
que le sucedía era algo tan sencillo como que al besar a otro hombre la
reacción química de su saliva con la del otro era distinta a la que se producía
cuando era mi lengua la que se introducía en su adolescente boca, tan sensual,
dulce y virgen. ¿Te quieres creer que cada vez que hacíamos el amor tenía la
impresión de que era la primera vez? No creo que sea traicionarla si te digo
que me confesó que le sucedía con cualquiera. Era necesariamente, lo nuevo, la
aventura, el morbo de lo desconocido, de un nuevo experimento que se repetía
una y otra vez, siempre nuevo. ¡Qué mujer, eh? Y fíjate, ¿sabré yo, con lo que
he vivido, de estas cosas? Pues la verdad es que no supe qué decirle, me pilló
absolutamente desarmado, tal vez porque entonces todavía tenía confundido lo
que es el hábito, de lo que es el contexto en que se produce. Debería haberme
parado a analizar con más serenidad y rigor, hacer que abriese los ojos y me
mirase, cuando, un día, me dijo o puede que me insinuó, no recuerdo bien, que
estaba enamorada de otro, pero ya ves, era justo en el momento en que orgasmaba
en mis brazos, y lo más extraño, con una leve sonrisa en la cara que,
inevitablemente me recordó el cuadro de la virgen de Murillo. ¿Te lo puedes
creer? Por cierto, ¿no te parece una gilipollez que porque la tengas metida en
una mujer ésta te diga que ahora sois dos en uno? O sea, que todo yo soy algo
tan extraño y ajeno a mí a veces y tan pequeño como un pene. Joder, dónde hemos
llegado, ¿no? En esa situación, si no quería parecer un desalmado, tenía que
decirle algo que pudiera interpretarse como que asentía a lo que ella pensaba,
aunque yo no estuviera de acuerdo, que no me comprometiese demasiado, pero no
lo dije, sencillamente seguí acariciándola hasta que las convulsiones
terminaron y se quedo medio dormida en mis brazos. Era lo que tocaba, ¿no?.
-III-
Creo que me estoy enamorando –me repitió
Nathalie al día siguiente al despertar, mientras le preparaba el desayuno-,
pero estoy muy confusa, y es que, ¿cómo puedo enamorarme de otro hombre y sin
embargo y al mismo tiempo saber que estoy enamorada de ti? He llegado a pensar
que no debe ser lo mismo saber que estar. Esa sería una solución que me
quitaría muchos problemas de la cabeza, porque la verdad, ando hecha un lío.
Tal vez debería experimentar con un tercer amante para comprobar si realmente
lo que me pasa es que me gustan los hombres y confundo el sexo con el amor, o
si, por el contrarío, solo me gustan dos hombres, lo que también es un
problema, pero menor que el otro, supongo. Aunque vete a saber...A mí nunca me
había pasado. Pero esto es otra cosa muy distinta. Lo bien cierto es que todos
los sentimientos y emociones que tú me despiertas los siento distintos pero muy
parecidos con él. Pero eso no debería ser motivo de preocupación, que es por lo
que, en el fondo, te lo cuento. Al fin y al cabo si soy feliz y vosotros
también deberíais serlo, puesto que decís ambos que lo que de verdad queréis es
hacerme feliz, no habría que buscar la solución. Si no hay problema no hay
solución. Pero no era esto, en realidad lo que quería contarte es que él es muy
bronco y putero y me dice que soy su fulana. A mi... ¿Te imaginas? Pero, bueno,
hasta ahí vale, sería su forma de hablar y demás, lo que no entiendo y me
preocupa, es por qué me gusta que me llame así. En realidad no es que me
preocupe, digamos que es curiosidad por conocerme yo. Supongo que todos nos
sentimos bien cuando, desde fuera de una misma, te dicen algo de ti que
coincide con lo que piensas. ¿A ti no te pasa? He llegado a pensar, para
aclararme, que la vida de cualquiera es cómo una larga película que no es más
que la sucesión de secuencias. Pero claro, y ahí tienes otro problema, si
alguien ve de mí una secuencia de las miles que ya forman parte de mi película,
lo normal es que diga que soy lo que en aquella secuencia parezco. A partir de
ahí, para que veas lo complicada que soy, a veces, se me ocurren dos cosas;
una, que resulta difícil catalogar a nadie hasta que la película no acabe,
quizá por eso acepto todo y me da igual que cada cual sea lo que quiera, pero
la otra, que me tiene alucinada porque no me la imaginaba, es que cuando me
dice que soy una fulana es, o debe ser porque me comporto como una fulana en la
cama, que es prácticamente en el único sitio donde me conoce a fondo. Digo yo
si será esto. Recuerdo que mi abuela decía que una mujer debe ser una señora en
la calle y una puta en la cama. ¿Tú crees que cuando voy por la calle se me
nota excesivamente que también soy una puta? Y ya digo, no es que me moleste,
casi me gusta, me da mucho morbo y a la vez me asusta. ¿Te imaginas que un día
me dejase llevar por estas ideas, yo que cuando me dieron el primer beso no
supe qué hacer con su lengua dentro de mi boca?, aunque no sé si son ideas,
arrebatos, o sandeces...no sé, pero vaya, la verdad es que no me conozco, ni me
reconozco cuando estoy más normal. Quiero decir cuando pienso igual que
cualquiera de mis amigas, o puede que yo las veo así porque me encanta poder
ser una más, esconderme entre ellas. La verdad es que estoy harta de soportar
debates sobre si amor o sexo, amor con sexo... ¿No te da la impresión de que
estamos atrapados por aquello de si son galgos o son podencos? Pero no creas,
yo soy de la opinión de que el roce hace el cariño. ¿Cómo se puede follar
cinco, diez veces o más con la misma persona y no tenerle cariño? Yo creo que
es imposible, de ahí que los tíos que huyen del compromiso saltan de una a
otra, con lo fácil que es, si te encariñas de varios, mantenerlos; a fin de
cuentas, no te quepa duda, todos un día, tal como llegan se van. ¿Y cómo
mantenerlos sino es siendo una puta fina? ¿Lo entiendes? En alguna ocasión me
viene a la cabeza que quizá lo que pasa es que tenemos una concepción diferente
respecto a lo que es una fulana, eso suele pasar. Por cierto, ¿te imaginas que
mi madre supiera de estas cosas que te cuento? No me imagino a mi madre en
alguna de nuestras travesuras. Oye, ¿estarás de acuerdo que tú eres el inductor
de todas, incluida aquella en la que, a instancias tuyas, nos conocimos los
tres? Ahora en serio: ¿De verdad no sabías que manteníamos relaciones él y yo?
Es increíble que no te dieses cuenta. Supongo que no es agradable llevar
cuernos, pero reconocerás que ni tú mismo te dabas cuenta. Y no lo eran, creo
yo. Pero estarás de acuerdo en que te di pistas para que al menos pudieras
comportarte. Quería que lo supieras sin decírtelo yo. La verdad es que no sé
muy bien si lo hacía por ti o por mí. Quiero decir que me pone mucho. ¿Nunca se
te ha ocurrido pensar que cómo iba a estar tan desenvuelta y apasionada, con
todo lo que hicimos, si él hubiese sido
realmente un extraño aquella noche tal y como tú me lo presentaste? ¿En serio
no te distes cuenta que los dos nos conocíamos íntimamente y que no era la
primera vez que me lo follaba? A veces no te entiendo, tan suspicaz ante cualquier
detalle que se escapa de lo normal, y tan torpe en conocer a las mujeres y
nuestro comportamiento. No sé si a las mujeres, así en general, pero desde
luego de mi no tienes ni idea. Vaya mierda...Al menos Matías discute conmigo,
me contradice. Hasta se enfada si no le doy la razón. ¿No notaste la última vez
la mala cara que tenía y que no me quiso besar? Era que habíamos discutido.
¿Cómo puede ser así, tan crío? Fíjate que el sábado, al salir del cine, sin
venir a cuento, empieza a hablar y me dice, ya sabes cómo es Matías, ¿no,
Julio?, pero no creas, como si le hubiese pedido una explicación de no sé qué.
Todavía estaba sentándome en el rincón del bar al que entramos a tomarnos una
copa, cuando, como un torrente empezó a decirme:
-IV-
Siempre has tenido a gala
considerar que no te sientes obligada por ningún deber de confesión, ya no
conmigo, que me da igual, te conozco más de lo que crees, y no sé, no entiendo,
por qué en numerosas ocasiones tomas a Julio como confesor, sabiendo, porque lo
sabes, que en general está en desacuerdo con tu manera de comportarte y con lo
que haces. ¿O no te das cuenta por qué Julio calla a todo y te deja hablar,
como aceptando y admitiendo que pudieras estar loca? Y no es, claro está, que
lo que habláis sea algo excesivamente alarmante para una mujer como tú, lo sé,
pero me siento desplazado. Por cierto, quería confesarte algo que me dejó
asombrado la noche que me pasó, y aún no entiendo bien a qué se debe: He tenido
un sueño erótico con tu madre. ¿Qué te parece? Supongo que te extrañará. Pero
ten en cuenta que estoy, o vamos a dejarlo en que podría estar, a caballo de
las dos. ¿Tú crees que ella se dejaría galantear? Es preciosa. Tendría gracia,
¿eh? Casado con tu madre y amante de su hija. Por cierto, sería un buen partido.
Sería tu padrastro y el suegro de Julio. ¿Sabes?, sé que al final terminarás
casada con Julio. No me preguntes por qué lo sé ni me lo niegues, sencillamente
lo sé y tú también, lo sabemos los dos. Pero bueno, lo de tu madre es broma,
aunque es verdad que soñé con ella y visto en frío no me parece una locura.
Pero lo tuyo con Julio, no lo entiendo. A no ser que, como se suele decir, de
quien estás enamorada es de mí y tienes reparo en decirme ciertas cosas, y
Julio es el amigo íntimo, con el que nunca formarás pareja, pero que por lo
mismo es al que te abres y le cuentas todo. Es curioso, pasan los siglos y
seguís igual las mujeres. ¿Tú no notas que últimamente Julio está un poco
extraño? Parece mentira, con lo intuitiva que eres y lo pronto que percibes un
cambio de actitud en cualquiera... Parece que estuviera molesto de nuestra
amistad, quiero decir no de la nuestra, la de nosotros dos, sino de la de los
tres. Supongo que no os lleváis algo entre manos que se refiera a mí, que no me
extrañaría; tú siempre tan dispuesta a secundarle en sus ocurrencias, con lo
mal que te trata. ¿Te imaginas lo que hubiese pasado si aquella noche que te
dejó prácticamente tirada en el apartamento de tu amiga, con la de mentiras que
tuviste que ingeniar para conseguirlo, y que al final tuve que ir yo para
hacerte compañía, que hubiese sido al contrario? Vale, nos lo pasamos genial,
además tú estabas salida, pero sin embargo, y eso es lo que no entiendo, cuando
al día siguiente nos vimos los tres, apenas le dijiste que habías estado
esperándole toda la noche y que se había comportado como un mierda. ¿Tal vez
para no contarle que la habíamos pasamos juntos tú y yo? Ese tipo de detalles
son los que me llevan a pensar que algo hay entre vosotros dos que no alcanzo a
saber y que tú deberías contarme.
-V-
Julio tomó un descanso,
tragó el último sorbo de whisky y mientras encendía otro cigarrillo aproveché
para intentar cortar, iniciando los preámbulos de la despedida. Empezaba a agobiarme y no me molesté en
tratar de decir algo coherente con sus palabras, que seguramente era lo que él
esperaba. Me limité a acompañarle moviendo la cabeza afirmativamente de vez en
cuando y levantando las cejas, supongo que haciendo cara de extrañado. No por
lo que decía de Nathalie y Matias, a quienes no conocía. Tampoco porque
Nathalie le fuese infiel, lo cual dada la extraña relación que al parecer
mantenían los tres era, como mínimo, una broma, más bien una incongruencia.
Desde luego, aunque sus confesiones parecía que me invitaban a ello, no se me
ocurrió contarle mi vida que nos hubiera llevado el resto de la noche. No
estábamos en condiciones, ninguno de los dos, después de varios whiskys, de
dilucidar de qué hablamos cuando lo hacemos de temas tan poliédricos como la
infidelidad o las relaciones entre amigos, amantes o lo que fuese. Supuse que
no lo sabía pero ni siquiera le dije que estaba casado. Lo que sí quedaba claro
o me parecía a mí, es que ninguno de ellos tres estaba siendo infiel a los
otros dos. Lo que me molestaba era que todo lo que me contaba lo decía tan en
serio que llegaba a parecer trascendente y, sobre todo por no haberme dado
cuenta, en la larga hora que llevábamos sentados en el club, de los mundos tan
distantes que, después de unos años sin vernos, vivíamos cada cual. ¿Dónde había ido a parar tanta intimidad y
tanto como habíamos hablado sobre el amor y el sexo años atrás? No estaba yo en
condiciones de que me afectara lo que me decía y estaba seguro que tampoco era
esa su intención. Me molestaba especialmente la actitud de Julio, cuando yo
sabía, perfectamente, que era incapaz de decidir en cualquier situación
compleja, a poco que ésta le exigiese una cierta violencia, psicológica me
refiero. Estas reflexiones, el breve descanso que se tomó Julio y que el trío
terminase de tocar lo que parecía la última variación sobre un tema de John
Coltrane, me animó a despedirme, no sin antes pagar a la preciosa muchacha con
la que había cruzado algunas miradas y sonrisas de complicidad y disculpa por
tener que atender a mi amigo Julio, y darle a éste un abrazo por el
reencuentro, quedando para llamarnos otro día y presentarme a Nathalie y
Matías. A la camarera no pude más que dejarle una tarjeta con mi teléfono,
encima de la bandeja con los cinco euros de propina y que me dijese que se llamaba,
como me temía, Mar.
-VI-
A los pocos días me llamó
Julio y volvimos a quedar, pero esta vez en una terraza a treinta metros de la
playa. Me presentó a Martín, y a los diez minutos de estar hablando con ellos
dos, llegó Nathalie, agitada y eufórica, y sin apenas dejar tiempo a que Julio
me presentara, empezó a contar que al fin podrían irse los tres a vivir a un
apartamento en la capital. Cuando, extrañado, Matías le pregunto que cómo era
eso, Nathalie contestó, con toda naturalidad, que mediante un trueque sexual
que había concertado con el dueño del apartamento, al cual había conocido por
internet. No tenía los ojos verdes, ni los pechos
grandes, aunque emparedados por la blusa blanca amenazaban con hacer saltar por
los aires los pequeños botones azules, del mismo color que el ribete que
orillaba el cuello y las mangas cortas, la melena, no muy larga, era castaña,
tampoco era muy alta. Nada especial llamaba la atención. Sin embargo, nunca
supe por qué, en el mismo instante que la vi aquel día por primera vez, supe
que tardaría en olvidarla, como así ha sido.
En aquel momento se
acercó a la mesa un viejo con una mugrienta chaqueta, un pantalón a juego de
color difuso, una camisa que debió ser blanca un día y una espectacular corbata
arrugada que me recordó un cuadro de Mondrián, y alargó la mano por toda señal
y saludo. Julio, mientras Martín y Nathalie seguían hablando, empezó a
maniobrar en sus bolsillos buscando pero yo había encontrado un billete de
cinco euros y se lo di al viejo. Me hizo una ligera inclinación de cabeza como
muestra de agradecimiento y se marchó caminando con la dignidad del que ha
cobrado una deuda.
Simultáneamente yo había
hecho esa primera valoración que solemos hacer para adecuar nuestro
comportamiento al entorno, a la manera del animal que ve aparecer en su espacio
a otros y por supervivencia evalúa con rapidez sus supuestas intenciones y la
capacidad agresiva de los mismos, tratando de encontrar la mejor posición. Tuve
la impresión, que los hechos confirmaron posteriormente, que eran tres íntimos
en cualquiera de los múltiples sentidos que se pueda dar de la intimidad. El
escaneado que les hice me convenció que, en tanto que grupo, nada grave tenía
que temer pero que no me podía fiar y dejé de lado mis prevenciones. Eran tres
ejemplares inofensivos, con alguna variante personal, de un mismo prototipo de
jóvenes kitsch. Todavía hoy no sabría cómo definir lo que sentí en aquella
laberíntica situación. Pero he de confesar que me producía vértigo la velocidad
de sus vidas, el caminar por la superficie de los movimientos y el común
denominador que, igual que una bandera ondeaban, para conseguir con el mínimo
esfuerzo el máximo placer. Vértigo y atracción, lo confieso. Los tres cumplían
este principio, si bien es cierto que de muy distinta manera. Por otro lado,
pude observar que eran un baluarte que resistía las embestidas de la
comunicación y las cascadas de información que monótonamente les resbalaban a
diario, lo cual me habrían negado radicalmente. La única esperanza que se vislumbraba
era la que se desprendía de la distinta ternura con que cada uno de los tres
pronunciaba una misma palabra. Aunque una ligera impresión pudiera sugerir que
tenían un fuerte parecido, una reflexión sosegada delataba suaves diferencias,
eso sí, todas ellas cubiertas y envueltas en un papel de celofán que
perfectamente podría haber llevado impreso la leyenda horaciana del Carpe diem.
Entregados a la tiranía de la seducción, necesariamente efímera, para ellos las
necesidades eran o se transformaban en superficiales, pero en ambos casos,
inmediatas y los deseos inestables y precarios. Se me ocurrió pensar que los
tres cumplían perfectamente las condiciones básicas de una época que, según
adelantó Einstein, tiene como característica la perfección de medios y la
confusión de fines. Y sin saber cómo, lo acepté.
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